lunes, 1 de septiembre de 2008

La destrucción cultural

Fernando Báez
Historia Universal de la destrucción de libros (De las tablillas sumerias a la guerra de Irak)
Editorial Debate


La destrucción de América abarca a los sectores culturales: la memoria histórica es objeto permanente de manipulación, fuego, robo y censura.

El proceso es sistemático, feroz e implacable. Más de quinientas lenguas ya se extinguieron para siempre.

Destruyeron los artefactos tejidos de plumas, escudos finos, discos de oro, collares de los dioses, las lunetas de la nariz hechas de oro, las grebas de oro, las ajorcas de oro, las diademas de oro.
Inmediatamente fue desprendido el oro de todos los escudos, paredes e insignias.
Y luego hicieron una gran bola de oro, y dieron fuego, encendieron, prendieron llama a todo lo que
restaba, por valioso que fuera, con lo cual todo ardió.

Los frailes se encargaron de desaparecer el 90% de los códices mayas.

Del secuestro seguido de muerte de Atahualpa deparó a los delincuentes 6.080 kilos de oro y 11.872 kilos de plata.
Se fundieron obras de arte valiosísimas.

Este memoricidio recibe el respaldo intelectual de los más refinados pensadores del “Primer Mundo”.

Dado que la memoria es el elemento más importante de la identidad, es la primera en ser destruida.

Esta tradición de pillaje y devastación cultural se continúa en el presente a través de la educación obligatoria y las reglas no escritas de evaluación artística.

Entre el siglo XVI y el siglo XXI, bibliotecas, archivos, ediciones únicas, piezas de arte prehispánico son arrasadas, olvidadas o expoliadas.
Decenas de bibliotecarios y archivistas fueron asesinados desde Alaska hasta Tierra del Fuego, lo que convierte a estos oficios en los más riesgosos del continente después del relativo a los periodistas denunciantes y sacerdotes del tercer mundo.

Durante las persecuciones políticas entre 1960 a 1980 numerosas editoriales fueron víctimas de ataques violentos y miles de escritores fueron asesinados o exiliados.
El 50% de los conservadores de memoria soportan abandono y marginación.

Otro grave problema es el tráfico ilícito de obras de arte y de objetos arqueológicos que aumenta sin medida por la demanda de compradores inescrupulosos interesados en piezas fundamentales de las culturas precolombinas.
Los traficantes de piezas de arte han destruido monumentos y tumbas en Ecuador, Colombia, México, Belice, Guatemala y Honduras. Cada asentamiento recuerda un paisaje lunar.
En Amazonas, roban urnas amazónicas; en Costa Roca y Panamá trafican con águilas colgantes de oro. No hay un solo museo arqueológico que no haya sido robado, en muchos casos robos seguidos de incendios.

Los denominados huaqueros, en su afán por conseguir cerámicas del período Moche, Keros inkas o remos labrados Chimú y Chincha, han provocado un saqueo total en Perú con el silencio de las autoridades.

Hay un silencio letal sobre este asunto. Jamás se llevó a cabo un estudio detallado que compile todos los bienes culturales latinoamericanos desaparecidos o destruidos hasta la fecha.

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